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Relato: La tribu perdida

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El joven antropólogo entró en el despacho y golpeó la mesa del Rector con menos convicción de la que hubiese deseado. Éste, mirándole por encima de sus lentes con un principio de sonrisa, dejó con tranquilidad su lectura y le ofreció asiento con una gentileza impropia. Nunca le había gustado el Rector. Asentado en una carrera inicial brillante, tras conseguir su cátedra y doctorado se había acomodado y sus publicaciones más recientes no eran sino revisiones comentadas de textos ya superados. Una jubilación anticipada y bien pagada en un sillón de lujo, pensaba a menudo.

Aún recordaba cuando rechazó, con cortante cortesía, dirigir su tesis sobre redes sociales en sociedades primitivas.

-Ah, doctor, encantado de volver a verle. No sabía que ya había regresado de sus “viajes”.

-¿Lo van a hacer, no es cierto?- preguntó sin rodeos el antropólogo. Su superior fingió desconcierto-. Esa tribu perdida. Van a apoderarse de sus tierras, ¿verdad?

-Usted ha hecho su labor, amigo mío. Usted descubrió ese pueblo, catalogó sus costumbres, describió su cultura. El resto, siento decírselo, está por encima de usted y por encima de mí.

-Van a acabar con ellos, les arrancarán de sus tierras ancestrales para llevarlos a otro lugar. Su forma de vida desaparecerá, nada quedará bajo el implacable avance del progreso. Y nuestra universidad es la que ha allanado el camino a las grandes compañías. Nosotros marcamos la cruz en el mapa, nosotros los hemos matado.

Su superior encendió su pipa distraídamente.

-Como siempre tan tendente a la teatralidad- fue su respuesta, sin abandonar su molesto tono paternalista-. La labor de la Universidad es descubrir, conocer, explicar. Las leyes de explotación de los territorios vírgenes en nada nos competen. Ese pueblo será trasladado a una reserva, en la que se encontrarán con otros como ellos. Quizá algunos sobrevivan, quizá algo quede de lo que una vez fueron-. El veterano investigador señaló el informe que estaba leyendo. El antropólogo descubrió entonces que se trataba del estudio de la tribu perdida, ese al que tanto tiempo y esfuerzo había dedicado. También creyó reconocer un deje de admiración sincera en el tono del viejo y cansado profesor- Su trabajo es formidable. Su impecable observación de su primitivo arte, de sus burdos y fascinantes ritos sociales. El análisis pormenorizado de esas creencias religiosas que tanto le fascinan, su emotivo aunque objetivo estudio de sus vínculos familiares,… Nada de eso se perderá; en su maravilloso trabajo quedará reflejado, como en la más nítida de las fotografías, lo que ese pueblo llegó a ser. Y ese es el objetivo de la ciencia, ese es nuestro papel en la Historia, el propósito que se nos ha encomendado; descubrir, conocer, explicar,… y guardar silencio.

El antropólogo luchaba por mantener la calma, por no romper a llorar rendido a la fatiga y la frustración.

-No pienso detenerme, señor. Acudiré a la prensa, la gente no permitirá que una cultura sea…

El rector perdió la paciencia, al tiempo furioso y desencantado.

-La gente no dirá nada. Mientras sus holoproyectores funciones, sus astrotransportes sean puntuales y sus unidades autogestionadas hagan el trabajo por ellos, nadie hará nada. Todos miraremos a otro lado y disfrutaremos de los prodigios de nuestra tecnología, y a nadie le importará que una insignificante colonia olvidada de seis mil millones de personas se interponga entre ellos y sus comodidades. Ese pequeño planeta, ese lugar llamado Tierra, será esquilmado, sus habitantes, trasladados, sus océanos se drenarán, y todo ello, todo ello, en nombre del progreso.

El rector sacó dos copas y las colmó de brandy sauriano.

-Brinde conmigo, amigo mío. Brinde por otro gran éxito de la ciencia, por otro gran paso de la Humanidad a costa de la propia Humanidad. Y celebre haber conservado su moral intacta, mientras la ética de su mundo se ahoga entre comodidades y tecnología. Y beba con la convicción de que los años y las derrotas aplacarán ese honesto impulso de juventud. Brinde con el sincero deseo de dejar de serle útil a esta sociedad que tan mal ha sabido gestionar los avances de su ciencia y su conocimiento.  

Y los dos eruditos bebieron rendidos a su ira e impotencia.

Y bebieron, como tantas veces les correspondería a lo largo de su vida, en soledad y en completo silencio.

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