La charla distendida en la que encontráis a Ernesto Jiménez y a Salvador Martí contrasta con el gesto solemne y severo con el que el director del Ministerio del Tiempo y su jefe de operaciones suelen recibiros al asignaros cada destino y misión.

-¿A qué acontecimiento histórico nos envían esta vez?- les interrumpe Julián Martínez. Salvador y Ernesto levantan sus miradas de sus cafés y se fijan en vosotros-. Últimamente pienso que tenemos a los mozárabes muy abandonados.

-Son ustedes los que nos dirán cuál es su año de destino.- la respuesta de Salvador os pilla por sorpresa.

-¿A qué se refiere?- se interesa Amelia. Ernesto les extiende un expediente. Al abrirlo y hojearlo, la catalana comprueba que las escasas páginas que lo componen están llenas de espacios en blanco e interrogantes.

-Van ustedes a explorar nuevas puertas del tiempo.- resume escuetamente el jefe de operaciones. Alonso de Entrerríos chasquea los dedos.

-Como esa otra vez. Con Pacino.

-¿Amelia?- pide una explicación Julián. Su larga ausencia, suplida en el grupo por el policía de la década de los 80 al que apodan Pachino, trajo al equipo memorables misiones, de las que no de todas ha sido puesto al día el enfermero madrileño.

-Existen puertas en el Ministerio sin catalogar- explica algo turbada Amelia Folch, una de las primeras universitarias de nuestro país. Las experiencias que vivió con Pacino todavía la agitan, y aún no ha sido capaz de aclarar sus sentimientos-. En una de nuestras misiones se nos pidió pasar a través de algunas de ellas y descubrir el momento al que nos conducen.

-Yo no habría sido capaz de explicarlo mejor. Rutina, en el Ministerio.- admite el veterano subsecretario. Julián parece decepcionado.

-¿No es tarea para un becario?- pregunta directamente. Salvador Martí tuerce el gesto.

-¿Dejaría usted la historia de España en manos de un becario?

-Existe un pasillo, en el subnivel catorce, con cuatro puertas por catalogar- desarrolla Ernesto, más amigo de dar órdenes que explicaciones. No sabemos a dónde conducen, así que sean prudentes. Alonso, conviene que vaya armado.

El soldado asiente, sintiéndose como siempre responsable y comprometido con la seguridad del equipo.

-Deberán atravesar esas puertas, descubrir el lugar y la fecha a la que conducen y regresar al Ministerio.

-Y redactar un informe sobre lo que han encontrado.- Amelia no agradece el gesto gentil con el que Salvador la señala. De nuevo, la burocracia será cosa suya.

-Parece sencillo.- observa Julián. Salvador le mira por encima de sus gafas.

-O no. No sabemos dónde llevan esas puertas. Podrían llevarles a plena peste negra de 1348, a la Guerra de los Comuneros, a las Guerras Carlistas, al bombardeo de Guernika…

-O podría llevarnos al principio de los tiempos, cuando no existía ni la Tierra- añade Amelia, casi sin pensar. Julián la mira incrédulo.

-Desde luego, Amelia, ¿quién te mete esas ideas en la cabeza?

El equipo desciende a uno de los niveles más bajos a los que habéis llegado. Vuestros pasos reverberan en el oscuro abismo y el ambiente es opresivo y cargado. No os habéis cruzado con ningún otro agente en varios niveles y os sentís casi como exploradores de un nuevo mundo.

-Aquí es.- señala Alonso. Ante vosotros se abre un pasillo cubierto por el polvo y las telarañas. Unos tablones cubren el acceso parcialmente y la bombilla amarillenta que lo ilumina crepita lastimosamente.

-Parece que alguien ha venido hace poco.- observa Alonso, señalando los tablones que hay apoyados en la barandilla. Julián recapacita.

-Seguramente quien redactó el informe que nos ha pasado Ernesto. ¿Qué es lo que dice, Amelia?

La líder del grupo lo repasa por última vez, tras haberlo estudiado con detalle mientras sus compañeros se preparaban para la misión.

-Poca cosa- se lamenta-. Muchos espacios en blanco que se espera que rellenemos. Cuatro puertas, la 1456, 1457, 1458 y 1459.

-¿No se sabe nada de ellas?- inquiere Alonso, visiblemente emocionado ante la inminente exploración. Amelia Folch niega con la cabeza.

-Nada. Únicamente la 1456 fue asignada a otra patrulla hace diez meses para su catalogación, pero la encontró bloqueada.

-Eso pasa con algunas puertas- recuerda Julián-. Pierden su conexión a su destino y se convierten, bueno, en simples puertas.

-Si es así, no tardaremos en catalogar esa puerta.- observa Amelia. Alonso se acerca a la segunda puerta, la 1457, y pone su oído sobre ella.

-Distingo cánticos, festejos. No parece mal destino.

Julián se pone ante la tercera puerta, la 1458.

-Diría que hay humedad- observa-, ¿quizá una ciudad costera?

Es posible. No deja de sorprenderte como puestas anexas pueden comunicar con Cartagena de indias en el siglo XV o con el pirineo catalán en plena glaciación.

-¿Y la última?

Ante la pregunta de Amelia, Alonso pone lo mejor de sus sentidos para intentar detectar algo.

-Nada.- admite finalmente, decepcionado.

Te encoges de hombros. Al fin y al cabo, con todas tendréis que aventuraros sin saber demasiado.

-Entonces- pone los brazos en jarra Julián-, ¿por cuál empezamos?

-Por la 1456, la que, dice Amelia, encontraron bloqueada otros agentes hace diez meses

-Por la 1457, de la que Alonso ha creído escuchar un ambiente festivo

-Por la 1458, que Julián intuye comunica con una ciudad marítima

-O por la 1459, de la que no habéis podido anticipar nada