-Siéntense, patrulla, y atiendan. Vuelven ustedes a terreno conocido. Parten al Siglo de Oro; deben encontrar a alguien.

Alonso se agita en su asiento, sin disimular su entusiasmo al escuchar a Salvador.

-Mi época- se congratula-. ¿Es asunto de guerra?

-De otro tipo de guerra- matiza Ernesto. Salvador se levanta y busca algo en su librería-. Una guerra de letras. Ya saben lo mal que han llevado las mentes más brillantes de la literatura española la brillantez de otros.

-¿Y a quién buscamos?- pregunta Amelia, interesada.

-Al autor del Quijote.- explica Ernesto. Amelia y Alonso se miran, incrédulos.

-¿Otra vez a Cervantes?- inquiere Alonso- ¿Acaso se ha perdido?

-¿Conocistéis a Cervantes durante mi ausencia?- sonríe Julián-. Ese sí que es un genio. Conmigo sólo conocistéis a Lope.

La mirada de Amelia es más mortal que una estocada de Alonso. Salvador interrumpe el conato de discusión arrojando un libro a la mesa.

-No ese Quijote.- Amelia recoge el libro y lo estudia.

-El Quijote… de Avellaneda.

-¿Avellaneda?- pregunta Alonso, ofendido-. ¿Hay otro Quijote aparte del de Cervantes?

-Un escritor oportunista sacó una continuación del Quijote poco antes de que Cervantes publicase su propia secuela- expone Julián-. El Quijote fue un éxito, y alguien quiso sacar provecho.

-No sólo eso- le interrumpe Amelia, ansiosa de devolver la pulla-. El Quijote de Avellaneda rezuma rencor y odio hacia Cervantes… y defiende ferozmente la obra de Lope de Vega.

Julián sonríe de oreja a oreja.

-Dios los crea…

-¿Y qué nos puede interesar de ese aprovechado?- gruñe Alonso-. Si la Historia se ha propuesto olvidar ese libro, bien olvidado está.

-¿Amelia?- brinda en bandeja Ernesto. La catalana ya parece haber entendido el problema.

-La segunda parte del Quijote que escribió Cervantes revolucionó la literatura. No sólo la española, sino la mundial. Y el segundo Quijote de Cervantes no habría sido igual sin el Quijote de Avellaneda.

-O no habría sido en absoluto.

Salvador coincide con Ernesto.

-Cervantes es muy de remolonear- Alonso gruñe ante la blasfemia-. Toda su vida prometió una segunda parte de la Galatea, que se quedaron las musas.

-El complutense se ofendió tanto con la continuación de Avellaneda que no paró hasta acabar la suya- añade Ernesto, hojeando el libro con cierto rechazo-. Sin el Quijote de Avellaneda el Segundo Quijote de Cervantes quizá nunca se habría acabadp.

-En resumen, tenemos que asegurarnos de que se escriba un libro mediocre para que un libro glorioso llegue a existir.- sintetiza Alonso-. Debemos encontrar a ese… Alonso Fernández de Avellaneda.

-Pero no existe ningún Alonso Fernández de Avellaneda- aclara Amelia-. Se trata de un pseudónimo. Nadie ha descubierto nunca quién fue Avellaneda.

-Ahora lo descubrirán ustedes- decide Salvador-. Tenemos que asegurarnos de que ese libro se publique, y para ello lo más adecuado es que encontremos a Avellaneda.

-¿Y por dónde empezamos?- inquiere Julián. Ernesto les extiende el expediente. En él encuentran las fichas de algunas personas del siglo XVII.

-Estos son los principales sospechosos de ser Avellaneda. Todos ellos coinciden en Madrid pocos meses antes de que se publicase el Quijote apócrifo, justo en un viaje a la capital de Felipe Roberto, a la postre su editor.

-Pero si queremos que Cervantes escriba la segunda parte de su obra- razona Amelia-, ¿por qué no vamos a hablar con él? Ya nos conoce, y sabe de dónde venimos.

-Quite, quite- bufa Salvador-. Ustedes hicieron lo que hicieron, y por fortuna Cervantes interpretó su viaje al presente como un sueño. ¡pero déjenme al Manco de Lepanto tranquilo! Que si les doy manga ancha van a acabar disfrazados de fantasmas enseñándole a Cervantes el significado de la Navidad.

-Don Miguel de Cervantes ya les conoce. Eviten todo contacto con él.- sintetiza Ernesto.

-Tomense unas horas para preparar la misión- ofrece Salvador, más calmado-. Alonso, es su época. Amelia, usted lo sabe todo de literatura española. Julián, usted… usted…

-Intentaré no molestar- acepta el madrileño-. Quédese tranquilo, nos aseguraremos que no le falte ningún libro de su colección cuando volvamos.

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