-Sois hombre atento al mundo cultural- observa Amelia-, ¿conocéis por azar a un autor llamado Alonso Fernández de Avellaneda?

Lope de Vega no parece sentirse cómodo.

-No conozco a todo madrileño que se acerque a un tintero.

-Hemos sabido de la existencia del mencionado Avellaneda- insiste Amelia-, y se reconoce incondicional de vuestra obra, amén de compartir con vos el rechazo a Miguel de Cervantes.

-No es rechazo- intenta mantener la compostura Lope-. Cervantes, con su literatura de las masas, no hace ningún favor a las Letras. Que los disfruten los que gusten de burlar de locos y atontados, los que ríen a carcajadas con tropiezos y flatulencias.

-Con esos antecedentes- aprovecha Amelia-, sería comprensible responder a la palabra con la palabra. Quevedo y Góngora llevan años disparándose sonetos como si fueran saetas.

-¿Por qué tras años sin verte han de surgir las palabras Cervantes y ofensa y no amor y recuerdo?- se lamenta el poeta.

-¿Vos sois Avellaneda, no es cierto?

-No me habéis respondido. Le conocéis, ¿verdad?

-Os ofendo con mis dudas, será mejor que me vaya.