Los escalones chirrían en el silencio de la noche, y de una puerta entornada se ve la luz de una vela. Alonso llega a la habitación y empuja la puerta con cuidado. En un dormitorio miserable Pasamonte yace de rodillas orando ante una imagen de la Virgen, rogando por el éxito de su ataque cobarde. El repugnante hombrecillo salta como un resorte cuando ve a Alonso.

-No es en los aposentos de este dramaturgo en los que deberías estar- le recrimina. Alonso abandona toda la farsa de su coartada.

-Le interroga

-Le amenaza