A Alonso no le cuesta saltar la tapia y caer, con cierta soltura, sobre la plantación de nabos del manco de Lepanto. La puerta trasera está entreabierta y Alonso no tiene dificultad en acceder a la casa. Al menos, hasta que la punta de una espada ante su rostro le detiene.
-Calma, compañero, estamos al mismo lado.- le tranquiliza el funcionario. El otro no parece satisfecho.
-Extraña forma de entrar en la casa.- observa. Alonso no se deja amilanar.
-Ninguno de los dos estamos en esta casa invitados, así que dad cama al acero.
El bravucón parece dudar y Alonso tiene poco tiempo para actuar.