Sacas del bolsillo las llaves que extravió el secuestrador y buscas la que encaja en la cerradura. Al girarla, tragas saliva deseando que no haga demasiado ruido, y tienes suerte, pues la puerta se abre haciendo el ruido justo para ser acallado por la charla de esos hombres, que discuten sobre si deberían ser más miembros en la patrulla.