Llenas una jeringuilla con el líquido cristalino y te acercas al marinero. Con un movimiento rápido y precisión profesional, hincas la aguja en el cuello del hombre, que abre los ojos de par en par, pero cae sumido en la inconsciencia al instante cuando el soporífero inunda su caudal sanguíneo. Lo has logrado, ahora has de entrar en la sala de máquinas y poner fin a esto.