-¿Explotar?- dice uno-. Si no lo ha hecho ya…

-Calla, Raimundo, que los forasteros pueden tener razón- recapacita el otro-. Un primo mío de Guadalaraja pisó en la labranza una granada de la guerra y, ¡bum!, en un momento se las reventó.

-¿Las pelotas?- inquiere el otro, alarmado.

-¡No, animal! ¡Las piernas!

Raimundo respira extrañamente aliviado. Con todo, tus argumentos han servido para convencerles y todos se retiran. Por desgracia no lo hacen a ningún bunker, ni tras un muro de plomo, pero algo es algo y un comienzo es un comienzo.