Eliges al azar a uno de los zagales que recogen metralla de la explosión y le abordas por sorpresa.
-¿Qué prisa te estás dando para recoger ese metal?- preguntas, esperando no darle tiempo para improvisar una excusa-. ¿Por qué le das tanto valor a esa chatarra?
El chico, un mocoso despeinado de unos siete años, se ve intimidado por vuestra presencia.
-Hay un señor- explica- que nos paga unas pesetas por los restos de los aviones.
-¿Un señor?- inquiere Alonso, con un punto amenazante-. ¿Un americano?
El niño niega con la cabeza.
-Español. Habla como vosotros. Se acercó a nosotros cuando chocaron los aviones y nos ofreció el negocio.
-¿Y dónde os espera para pagaros?- se interesa Julián. El niño saca pecho.
-Esa información cuesta.