El pueblo es todo revuelo por los acontecimientos que han ocurrido y, en medio del desconcierto, podéis moveros con cierta discreción. Salís del pueblo y no os cuesta localizar la porqueriza en cuestión, una choza precaria y destartalada en la que unos cerdos negros se protegen y se apelmazan protegiéndose del frío. Señalas el chasis abandonado de una bicicleta, que se oxida al sol y sirve de alcándara para una gallina que se distrae acicalándose sus plumas pardas. Un caballo de buen perfil pace mansamente tras una cerca descuidada. Julián hace notar la presencia de una moto de no mala cilindrada aparcada junto al camino.

-Al tal Raimundo le gusta darse algún capricho.- observa. Amelia plantea otra situación.

-O puede que sea el vehículo de quien manipuló a los niños para conseguir piezas de las bombas.

Alonso pide silencio y desenfunda su pistola. Sólo su experiencia militar le permite detectar un crujido casi inaudible entre los sonidos del campo. Rodea la porqueriza y, apoyado en una gran tina, se topa con un hombre bien vestido a las maneras de esta época y que fuma en boquilla un cigarrillo de buena calidad. Al ver a Alonso, el desconocido se sobresalta y con inusitada agilidad, huye a la carrera.

-Hideputa…- escupe Alonso-. ¡Mirad a vuestra muerte a la cara!

El soldado del grupo levanta su arma y apunta.

-¡No!- Amelia interviene y empuja hacia arriba las manos de Alonso, que se desequilibra y pierde el disparo-. ¡Tenemos que interrogarle!

Alonso ahoga su protesta y asiente, disciplinado.

Decides lanzarte a detener a ese entremetido, ¡pero rápido!¡ Ya ha ganado mucho terreno corriendo a campo través!

¿Coges el caballo?

- ¿Coges la moto?