No es la primera vez que montas a caballo, y en esta situación de emergencia subes a su grupa de un impulso y cabalgas agarrándote a sus crines en dirección al extraño. El perseguido se gira un momento, y con terror al ver como te aproximas acelera el paso, pero le embistes con tu montura y le haces caer. Con una cabriola innecesaria, haces que el caballo se alce sobre sus patas traseras para que se sienta amenazado por sus cascos. El hombre agita sus manos y pide clemencia.

-¡No, por favor, parad, me rindo!- suplica.