Julián amenaza, Amelia se revuelve y Alonso aprieta los puños cuando el guardia civil que venía a la carrera os alcanza. Se trata de Angélico, vuestro voluntarioso casero.

-¿Algún problema, señores?

-Asunto del ejército de los Estados Unidos de América, agente.- le frena el oficial americano. Pero Angélico, con sus canas, su halopecia y sus ciento diez kilos, no se amilana por muchas barras y estrellas que se le pongan delante.

-¿Ve usted la Estatua de la Libertad por algún sitio? Estamos en España y a mi no me pagan en dólares.

-I beg your pardon!

-Estos señores son amigos míos, y respondo por ellos- espeta Angélico-. Cojan sus bombas y váyanse, que bastante la han liado ya.

Con más furia que argumentos en su favor, el oficial se ve obligado a subir a su todoterreno y concentrarse en su verdadero trabajo. Fusil en ristre y brazos en jarra, Angélico observa con gesto de autorretrato de Goya como el convoy de vehículos le rodea y se acercan a la bomba.

-Muchas gracias, señor Angélico…- comienzas a agradecer cuando se han alejado. La mirada que te dedica el viejo guardia te hace entender porqué ha sido capaz de hacer huir a un contingente de marines americanos.

-No sé quienes sois, ni qué hacéis aquí.