El padre Navarrete se siente visiblemente incómodo por vuestra presencia en la iglesia, pero le habéis rescatado de una situación de apuro y no puede negarse. Por desgracia para vosotros, y para él, no puede precisaros cuándo llegará el pago, y más de un día tenéis que esperar antes que un pordiosero con ínfulas de veterano de las guerras del Rey llega cojeando y ofrece una sonora bolsa de monedas al cura y literato. Navarrete aún no ha podido comprobar su contenido cuando Alonso le aferra y empuja contra la pared, inmovilizándolo con el antebrazo en su cuello.
-¿Quién os ha dado esas monedas?- grita-. Responded, o vive dios que mi cara será lo último que veais en vuestra vida.
El mendigo respira con dificultad y ante la petición de Amelia, Alonso rebaja la presión.
-Un noble caballero, de buenas ropas y culto hablar- explica. A Alonso no le parece suficiente.
-Quiero nombres, no vaguedades.
El ganapán intenta tragar saliva.
-Ni me lo dijo él, ni yo pido referencias. La discrección es la ley de este trabajo- Alonso aprieta los dientes-. Acabad vos con el vuestro si no os satisface mi respuesta. Si no he sabido vivir, vive Dios que demostraré que sabré morir.
El funcionario del Tiempo libera la presa y el pordiosero se aleja, mirándoles a todos de hito en hito con desprecio.
-No hemos sacado nada.- se maldice Alonso. Julián asiente.
-Y lo que es peor, hemos perdido mucho tiempo. Esperemos que no sea tarde para que el Quijote de Avellaneda acabe en la imprenta.