Anota VETERANO
-Jerónimo de Pasamonte fue un noble desheredado, veterano de Lepanto, un preso del turco y un escritor sin suerte- enumera Amelia-. Ciertos paralelismos con Cervantes, al que pudo conocer en la gran batalla contra los sarracenos y del que no le quedó buen recuerdo.
-Lo humilla en el Quijote, ¿verdad?- la joven asiente.
-Lo personifica en Gines de Pasamonte, altivo y ridículo preso con el que se encuentran los protagonistas. También le dedicaría unos párrafos en la segunda parte. Quien sabe si como venganza por suponerle autor del Quijote apócrifo.
-¿Y dónde le podemos encontrar ahora?- pregunta Alonso-. Quisiera tener unas palabras con él.
-Según los informes que maneja el Ministerio, Jerónimo de Pasamonte estuvo por Madrid en estos momentos, ya muy mermada su hacienda y lejos de ser el soldado que fue. Un anciano que languidece es sus últimos momentos es lo que podemos esperar encontrarnos.
El grupo llega a la calle de San Fermín, una zona de Madrid claramente desfavorecida. Donde abundan los aliviadores de sobaco, los tullidos fingidos y las mujeres de medio manto.
-Mal sitio para un noble.- apunta Julián.
-Caído en desgracia- recuerda Alonso de Entrerríos-. En mi época la distancia entre la riqueza y la miseria es de sólo un par de golpes de fortuna. Dejadme a mi, sé desenvolverme entre esta gente.
El soldado se adelanta, sin esperar respuesta de sus compañeros, y se acerca a un bravucón mal encarado. Alonso toca el ala de su sombrero en señal de respeto.
-Buenos días. ¿Sabría vuesa merced dónde podría hallar a un hidalgo de nombre Jerónimo de Pasamonte?
El matón le responde con una mueca.
-¿Es por el trabajo?
-¿Trabajo?- pregunta Alonso. El tipo se pasa la mano por el mostacho y asiente.
-El tal Pasamonte está buscando aceros de confianza para un trabajo- explica-. Se me ofreció la labor, pero el pago era escaso y ando pendiente de una visita de la ronda por cierto malentendido y tengo que tener a mano una iglesia para acogerme a sagrado. ¿Os interesa ese encargo? Se os ve hombre que se viste por los pies.
-Me interesa.- le sigue el juego el viajero en el Tiempo. El matón le señala una calle angosta.
-La casa con una estampa de San Bartolomé en la puerta. Trabajo de unas horas, quizá una estocada, o tal vez una amenaza al amante de la mujer de un cornudo, no sé ni me interesa saber- el tipo se acaricia a su vez el ala del sombrero-. Suerte, amigo.
-Suerte con esos alguaciles.- se despide Alonso, que lleva a sus compañeros a un callejón meado pero discreto para contarle lo que ha descubierto.
-Tenemos que investigar qué pretende Pasamonte.- concluye Amelia.
-Cierto, pero- Alonso busca las palabras; no sabe cuándo puede ofender a la gente del porvenir- a quien quiera contratar aceros le extrañará ver presentarse a cierto tipo de personas.
-Estoy de acuerdo- coincide Julián-. Una mujer llamaría demasiado la atención.
-También me refería a vos- añade el soldado. Julián le mira sorprendido y dolido en el amor propio-. Los hombres de vuestro siglo tenéis demasiado aspecto de… blandos.
-Ese comentario casi me hace llorar.
-Alonso tiene razón- acepta Amelia-. Esta es su época, sabe más que nosotros y debemos ponernos en sus manos. Encárgate, Alonso, estaremos cerca por si tienes que llamarnos.