Alonso camina por la sombría calle donde Pasamonte está reclutando aceros de alquiler. La casa del noble es pequeña, de una planta, de tejado casi derrumbado y puerta carcomida. El funcionario del tiempo entra sin llamar. En el interior encuentra a un bravo una cabeza más alto que Alonso, rubio y de fría mirada azul. A su lado hay un hombre robusto y pequeño, anciano y gastado, que viste ropas que fueron lujosas pero ahora resultan anticuadas y raídas. Al entrar mira a Alonso con un recelo que roza la paranoia.

-Busco a Jerónimo de Pasamonte- dice sin más Alonso-. Se me ha hablado de un trabajo acorde con mis habilidades.

-El alcance de sus habilidades lo decido yo- toma la iniciativa el rufián-. ¿Cómo podemos saber que vos sois lo que decís ser, y que no son las palabras lo único que sabéis esgrimir?

El duelo de miradas entre Alonso y el matón casi acaba de la peor manera. El anciano interviene.

-Soy Pasamonte. Este es Luca Castellini, mi hombre de confianza- dice, con voz fatigada-. Apunta maneras, joven. Salga a la calle y demuéstrenos que este es su auténtico oficio y tendrá una oportunidad con nosotros.

-Se encara al matón para demostrar

-Sale a la calle y buscas una forma de demostrar su implicación