-¿Cuál es esa labor tan importante que exige tanta prueba de profesionalidad?- pregunta Alonso, molesto. Pasamonte sonríe pensando en la cuadrilla que ha sido capaz de reunir.
-Es un trabajo de revancha, de poner en su sitio a alguien que, desde la cobardía de su escritorio, ofende, humilla y menosprecia. Alguien que usó mi nombre y lo puso en su sucia obra para insultar sin miedo a la réplica- Alonso traga saliva, intuyendo por dónde van los tiros-. Vamos a dar su merecido a ese escritorcillo Cervantes.
El soldado sabe mantener la compostura con disciplina castrense.
-Ya tenemos un nombre y una ofensa. ¿Cuál quiere que sea el castigo? ¿Una paliza? ¿un buen tajo que todo lo zanje?- por no hablar de un libro que le devuelva la humillación, metáfora por metáfora.
-Una cara morada y que su carne conozca el acero será suficiente- ordena Pasamonte-. Sin vida no hay humillación ni arrepentimiento.
-Sea.- dice Luca. Pasamontes asiente, satisfecho.
-Un hombre ya le vigila. Vayan ustedes y acaben el trabajo.
Alonso y Luca se observan, calibrándose, y dan el silencio por respuesta. Un trabajo mezquino en un siglo mezquino.
Alonso de Entrerríos camina disimulando su furia. Con el italiano a su vera no puede avisar a Julián y a Amelia. Todo en su interior le pide proteger al gran don Miguel de Cervantes pero aprovechar que Pasamonte está solo para hablar con él hasta sonsacarle, en frío o en caliente, toda la información que haga falta, resulta muy tentador.