Cuando aún no habéis abandonado el debate, reconoces, entre los chicos que juegan en el mercado, a Rodolfo, el hijo de la dueña de la pensión en la que pasasteis la noche.

-¡Rodolfo!- le llamas casi sin pensar. El zagal, viendo una oportunidad de negocio, se acerca solícitamente a la carrera-. ¿No estás en clase?

-Hoy no hay colegio.- miente, pero hay demasiado en juego como para preocuparse de la vida académica del niño.

-¿Cuánto nos cobrarías por alejar a ese hombre de su barco?- le propones directamente. Eduardo estudia la situación, sopesando la tajada que puede sacar de ella.

-Dos duros- tasa-. Ni un céntimo menos.

-Pensaba en cinco pesetas- admites-. Tus precios suben cada día.

-Un duro es por alejar al hombre- explica, con un brillo de sagacidad en los ojos-. El otro es por no preguntaros porqué queréis que lo haga.