Rodolfo se apodera del dinero que le ofreces y se acerca al barco con fingida actitud de sigilo, dispuesto a dejarse ver. Al llegar a la altura de su casco, sube de un brinco prodigioso y se hace con un par de herramientas que encuentra a su alcance.

-¡Pequeño cabrón!- le grita el marinero-. ¡Devuélveme eso!

El hombre salta al puerto y sale en persecución de vuestro cómplice, pero Rodolfo se sabe mover entre los puestos de pescado y gana una importante ventaja mientras el marinero choca y trastabilla varias veces, provocando una algarabía de protestas con cada tropiezo. Habéis hecho bien en contratarlo, pues tenéis el camino expedito para vuestra incursión.

-Iré yo- te adelantas-. Quedaros aquí por si vuelve.

Sin convicción ni tiempo para rebatirte, tus compañeros asientes y subes al barco. Date prisa.