Acudís a la carrera al pajar en el que tu compañero vio al piloto caer. Por fortuna, es una estructura vieja y quebradiza, y el tejado cedió sin ofrecer ninguna resistencia. La presencia de briznas de paja en suspensión os da la esperanza de que el norteamericano haya aterrizado en un lecho blando que haya amortiguado la caída. Alonso revienta la endeble puerta de la construcción de una patada y Julián, que conserva de su trabajo en el SAMUR la determinación de servicio a los que los necesitan, entra a la carrera, echando mano a su bolso con material médico. Ante vuestra entrada, un par de gallinas asustadas cloquean y huyen aleteando. El polvo levantado por el impacto te hace toser, pero te recuperas al momento en cuanto ves al piloto. Se trata de un hombre de menos de treinta años, rubio y de mandíbula cuadrada. Se agita débilmente luchando contra la inconciencia. La montaña de paja sobre la que ha chocado no ha sido suficiente, y el joven toma en el suelo una posición imposible, sólo explicable si cada hueso de su cuerpo se ha roto con el impacto. El valiente tripulante nota vuestra llegada y, con una valentía y entereza reservada para muy pocos, dedica todos sus esfuerzos a deciros unas palabras.

-I´m… going to… die- dice con voz quebrada.-. We all …are… going to die.

-¿Qué dice?- inquiere Alonso, apremiante. Julián hace un mohino.

-Nada muy halagüeño.

-¿Puedes hacer algo?- le pregunta Amelia a Julián. El enfermero ceba una jeringuilla con el contenido de un pequeño vial y lo clava sin contemplaciones en el cuello del soldado. Luego, niega con la cabeza.

-Le he hecho dormir- se compadeces-. Aunque este pajar fuera una sala de operaciones de un hospital del siglo XXI, no se podría hacer más por él.

-Exaudi nos, Domine sancte, Pater omnipotens, aeterne Deus…- musita Alonso, concentrado. Amelia le mira intrigada.

-¿Alonso?

El tercio se santigua.

-Estoy haciéndole la extremaunción- explica-. Un seglar puede hacerlo en momentos como estos.

-Seguramente no sea católico.- observa Julián. Alonso interrumpe un momento sus oraciones.

-Si su religión no es la auténtica, mi buen Dios no se lo tendrá en cuenta.- argumenta.

-Tal vez su religión sea la correcta.- tercia el madrileño, con cinismo. Su compañero de patrulla le dedica una mirada más firme que ofendida.

-En ese caso, su buen Dios no me lo tendrá en cuenta.

En cierto sentido, os reconforta que el piloto muera sedado por las medicinas de Julián y mecido por las oraciones de Alonso. Poco más podéis hacer.

Pero sí algo más. Te fijas en la placa identificativa que cuelga de su cuello, y se la arrebatas para guardártela en el bolsillo. Ya no la necesitará, a sus compañeros no les costará identificarle y a vosotros puede seros de utilidad más adelante.

Salís en silencio del pajar, con una dolorosa sensación de pesadumbre.

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