Siguiendo casi una intuición, los secuestradores se giran y te ven en el quicio de la puerta. No es habitual que lleves armas en las misiones, pero ellos no lo saben. Con una soltura que sorprende incluso a tus amigos, sacas la pistola que perdió el carcelero y les apuntas, ora a uno, ora a otro.
-Soltadles.- ordenas, con firmeza. Los hombres obedecen, maldiciendo sus errores. Alonso es el primero en ser liberado.
-Ahora os toca a vosotros, perros.- gruñe, dolido en su amor propio por haberse dejado capturar. En menos de un minuto, la situación se ha dado la vuelta, y vuestra patrulla está libre, mientras los captores están esposados y amordazados.
-No tenemos nada más que hacer aquí- dices-. Volvamos al lugar de caída de la bomba. Con suerte, no será demasiado tarde.